3 de enero de 2013

Trabajo final

El anunnaki perdido

Basta analizar la historia de la humanidad desde su origen para entender que la destrucción forma parte del ser humano como elemento fundamental, estando tan arraigado que no ha sabido crear nada nuevo sin destruir lo precedente. Así pues, en la historia de la Tierra, la humanidad emprendió una vez más el camino que tantas otras veces había recorrido ya. Comenzó una guerra cuyas consecuencias afectaron a todos los seres humanos, a todas las especies y a todo el planeta. Los principales líderes mundiales se hicieron con el poder empleando la fuerza, volviendo pueblos contra pueblos y sembrando la desconfianza entre las distintas naciones. Cuanto más fuerte se hacía una nación, más poder quería abarcar y mayor era el caos. Se establecieron nuevos sistemas políticos, económicos y sociales. Pero todos tenían un denominador común, la desolación. Para hacerse fuertes y mantener su supremacía, tenían que devorar y aniquilar todo lo que les rodeaba. Para ello emplearon armas de última generación, capaces de arrasar ciudades enteras. Los pueblos desarrollados emplearon armas biológicas capaces de arrasar una metrópoli, eliminando a todos sus habitantes, en cuestión de días, sin eliminar sus infraestructuras ni recursos naturales. Los menos avanzados, en cambio, emplearon otro tipo de armamento acorde a sus posibilidades, pero no menos devastadores. Éstos no hacían distinción y eliminaban por igual recursos humanos, ambientales e infraestructuras. Su prioridad era conquistar y dominar. Así pues, la población mundial pasó de superar los siete mil millones de habitantes, a reducirse a penas al millón y medio de habitantes en sólo una década.
Este cataclismo cambió el mundo conocido, contaminando tierra, mar y aire. Se perdieron el 95% de las especies existentes. Se oscureció el cielo y cambió drásticamente el clima. Entonces terremotos, inundaciones, incendios, etc. se encargó de finalizar lo que el hombre había empezado y las naciones menos desarrolladas tecnológicamente sucumbieron a las fuerzas de la naturaleza. No sólo se perdieron especies, también se extinguió por completo la solidaridad y la compasión. Miles de refugiados deambularon por desiertos tóxicos hasta sucumbir al hambre, la sed, la enfermedad, el frío o el calor extremo.
Y después del mundo civilizado, después de la guerra, el hambre y la destrucción de todo, llegó un nuevo principio y el mundo mejoró, o al menos lo intentó, cambió para adaptarse a las nuevas circunstancias de un planeta en el que todo lo natural fue eliminado y temido al mismo tiempo. Se perdió la idea de nación o sociedad civilizada. Sólo permaneció inmutable el individuo.
Llegó entonces un tiempo de recogimiento, los supervivientes se agruparon en aldeas recolectoras-tecnológicas. Pequeños oasis en la Tierra donde la vida fue preservada y conservada mientras la naturaleza se encargaba de equilibrar la balanza y recomponerse. Los supervivientes se asentaron en torno a edificios técnicos donde la vida se replicaba y preservaba generación tras generación, constante y sin cambios.

* * *

En una de esas aldeas, en una noche cerrada, fría y tormentosa, un rayo parte el oscuro cielo y allá donde cae se inicia un vibrante fuego, y en su centro, un punto negro permanece impasible. Diríase que se trata de la puerta del infierno, pero nadie se percata de ello. No hay nadie que lo vea. Todo el pueblo está agitado pues es noche de fiesta.
Alejandro está inquieto. En casa, Ana, su mujer, está dando a luz y el parto se ha complicado. Han tenido que llamar a los Señores.
— Su vida corre peligro- Dice uno de ellos.
— Si quieres salvarla te costará caro. ¿Estás dispuesto a pagar el precio?— Añade otro.
— Haré lo que sea pero hagan algo, por favor.















_Comenzando evaluación de daños…
_Proceso finalizado.
_Inicializando equipos externos…
_Fase de reconocimiento: Activada.
_Liberando bots…

Después de diez años de trabajo, el proceso había concluido. Todos los materiales habían sido sintetizados a partir de minerales recogidos de la zona. Todos los componentes estaban meticulosamente colocados y encajados en su posición exacta. Acero y fibra de carbono servían de estructura portante, lo demás eran materiales ligeros a base de silicio y componentes eléctricos. La máquina estaba lista. Se había completado la transmisión de datos a la unidad central.
Akunian abrió los ojos, se incorporó lentamente y salió del tubo de soporte. Aún quedaban sobre su cuerpo restos del fluido de suspensión en el que se encontraba mientras se sintetizaba la piel externa.
A sus pies se encontraba Canavar. Ambos se observaron un momento sin decir nada. Se comunicaban en silencio. Canavar no podía hablar, no estaba diseñado para ello. Tampoco eran necesarias palabras para comunicarse, ambos eran uno sólo. Ambos eran máquinas, una extensión más de la nave que los había creado para cumplir la misión.
Akunian se vistió con la ropa que había preparado la nave. Se preparó para comenzar su tarea antes de despertar a la tripulación. Debía construir el portal. El tiempo se estaba agotando. Cogió el equipo de herramientas y salió al exterior, a ese mundo tantas veces contemplado a través de los ojos de Canavar y de otros muchos…

A las afueras de la ciudad, en el cultivo, un hombre descuida su tarea. No parece importarle la abundante cosecha de este año, ni el trabajo que supondrá recogerla, ni la abundancia que habrá los próximos meses. Su mirada se pierde hacia la ciudad. Parece preocupado mientras mira hacia la casa de Los Señores, esa gran pirámide de piedra, acero y vidrio con una desproporcionada aguja en el vértice superior. En casa, su mujer Ana se preocupa también, pero tampoco le preocupa la recolección. Está embarazada de nueve meses y se acerca el momento del parto. Llevan mucho tiempo queriendo tener un hijo, otro hijo. Pero teme que algo salga mal. Aunque al mismo tiempo, para sí misma, sonríe y tuerce el gesto. Tal vez aquello fuese lo mejor.
Y un poco más apartado, lejos de la ciudad y la casa de Los Señores, cerca del campo, allá donde se acaba el bosque, una fiera observa a los hombres labrando la tierra. Los contempla agachada, como dispuesta para atacar. Pero permanece expectante, inmóvil. Sólo analiza la situación y nadie recae en su presencia.
Un hombre se acerca a su lado. Se trata de Akunni. No parecen verse amenazados mutuamente. Los dos, bestia y hombre se estudian impasibles. El rostro del hombre no refleja emoción alguna. Lanza su mirada en dirección a los campos donde miraba la bestia. Contempla un rato y regresa por donde ha venido perdiéndose entre la espesura del bosque.
Tiempo después la ciudad se agita. Han oído rumores de que una bestia merodea cerca de la ciudad. Y por la noche se oyen ruidos extraños provenientes del bosque, de las ruinas de la ciudad antigua. Pero nadie hace nada. Nadie sobrepasaría las plantaciones, adentrándose en el bosque. Todo el mundo lo sabe, allí sólo quedan ruinas, muerte y desolación. Ése es el legado del “hombre primitivo”. Y la sociedad moderna lo aborrece, horrorizándose de su creación, le dan la espalda a todo aquello que no quieren ver, como si con ello pudiesen olvidar su pasado, como si no existiese.

* * *
— Keiko, deja de mirar por la ventana y atiende. ¿A caso preferirías estar ahí fuera trabajando como un animal? Deberías mostrarte más agradecida por la suerte que has tenido. Ellos matarían por estar en tu lugar. ¿Es que no te das cuenta?
Pero Keiko no escucha lo que la dicen. Está contenta. Va a cumplir veinte años y por fin podrá salir de la casa. Van a realizar una excursión a los cultivos. Ella debe tomar muestras de todo y volver antes de la noche. Su sueño está a punto de realizarse, va a pasar un día entero en la ciudad.

Akunnian está atareado. Tiene que hacer los últimos preparativos. Le ha llevado más tiempo de lo previsto pero al fin está todo listo. El informe está completo. Todas las muestras han sido analizadas, catalogadas y almacenadas en la bodega de carga. Ha concluido la misión base y el portal ya está construido y operativo. Debe despertar a la tripulación.
Entra en la nave. Pasa la mano por el panel de control y rápidamente se encienden las luces iluminando una gran sala de sinuosas paredes metálicas. Entra en otra habitación, “su habitación”. Coge un vidrio opalino y vuelve al panel de control. Pasa de nuevo la mano y una puerta se abre dando paso a una estancia circular. Allí, diez cilindros azulados se encuentran adosados a los muros, fijados por ramificaciones metálicas que envuelven los tubos, confiriéndoles el aspecto de vaina o crisálida. 
Akunnian avanza hasta el centro de la estancia y del suelo emerge un cilindro oscuro. Coloca el cristal encima y pronto se ilumina toda la estancia, especialmente las vainas, dejando ver su contenido. Desde el cristal se proyecta un haz de luz. Nuevamente coloca la mano sobre la luz. Tiene instrucciones. Avanza hacia la primera vaina. Pasa la mano por el cristal, en cuya superficie han parecido una serie de símbolos que se mueven y cambian al ser tocados.
Finalmente el tubo se abre con un suave crujido, como partiéndose verticalmente en dos. Y deja ver su contenido. Es el comandante al mando de la nave. Abre repentinamente los ojos y mira a Akunnian. Inmediatamente tuerce el gesto. Sale de la crisálida dejando allí a Akunnian.

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